Pasaje I
Qué son las letras sin nadie que las lea, sin ninguno que las interprete. Qué es el hombre sin su arrogancia, que es la soberbia sin el hombre. Qué son los ángeles sin Dios, qué es la condenación sin la desobediencia. Qué eres tú, quién demonios soy yo, quiénes somos en verdad. El espejo, sólo muestra un remedo, un despojo, un anhelo vago e insuficiente de lo que queremos ser, una mentira que la ingenuidad hace verosímil ante unos ojos vendados, cegados por la propia existencia, plagada de un devaneo, de un perfume, de la autosugestión. No hay ayer sin mañana, y no hay respuesta a la fatal condición de por qué somos, sin saber en realidad por qué lo somos, o dejamos de serlo. Estamos por la decisión de otro, existimos, mas no vivimos por nosotros, creemos porque el resto nos obliga a hacerlo. Si alguna vez fuimos originales, los tiempos nos han devuelto ha ser sólo copias y letras en una hoja a la que nadie toma importancia, siquiera para ojearla. El hombre se regocija en su hazaña, en su fortuna, en su razón, en su poderío, y no da cabida a la reflexión, de que se desprecia a sí mismo, y será su propio verdugo en los atardeceres de su orgullo malsano, y finalmente el telón caerá y Él aceptará que su apuesta fue fallida y dará cuenta que el libre albedrío es la más dolorosa de todas las condenas.