Heme aquí, abandonado, desilusionado de mi propio esfuerzo inútil, de tu soberbia pretensión; hoy puedo decirte a la cara que te desprecio y que te he olvidado, que al final ha destrozado mi arrogancia tu impío recuerdo. Duele perder, mas es peor ser derrotado con la propia victoria, con los propios saberes. Morir es la solución al problema de que somos nada y nuestras circunstancias, pero aquél que apresura el paso, encaminándose al encuentro con el fin y el principio de la insatisfacción y la negación, no es sino un miserable y el más resignado y prudente de los hombres. Tú eres tan antagónica como tu insatisfacción, tan indecisa como el temor que guardas y rehuyes. Errante vagarás por los lares del destino, del mismo que desprecias, de ese que te ignora. Voltearás sobre tu hombro y me habré marchado por el camino de tu ignorancia, desapareceré en tu envidia y partiré del andamio de tu ceguera. Siempre los ojos ciegos y sangrados, se abren para percatarse de la trivialidad del mundo, del baladí de la vida y la arrogancia del todo, pero también, para enterrar y alejar de mi soledad tu presencia y la del resto, que no es nada sin su circunstancia.