Diálogos
[Una propuesta dialéctica entre Sartre y Nietzsche]
Alucard: ¿Y que más da si han de juzgarnos? Nunca ha importado al mundo lo que somos, siempre nos ha ignorado a la hora de decir misa.
De-scartes: Más aún: ¿A quién le hace caso Dios cuando llueve?; no sería, más bien, una fijación nuestra, un anhelo absoluto del sin sentido de nuestras vidas.
Y es esta época de mierda, pretendidamente humana, la que nos conduce, como a una manada de cerdos, a la perdición y condena; a soportar ese yugo autoimpuesto que se ha transformado en paradigma de nuestra cultura. El ser en "A" excluye la posibilidad de existir, formar, vivir, pensar en "B".
Todo cabe en cómodos modelos, en pequeñas cajas ajustables que se apilan y se esconden en un rincón; se dejan para después; aparatadas para que el polvo y el moho sean los últimos jueces.
Alucard: ¿Dios?, siquiera es prudente hablar de Él, de esa nada impotente; insulsa pretensión, soberbia e insatisfactoria respuesta de las masas a sus intrascendentes problemas, esperanza vaga. ¿Pero, no es acaso el ser un supuesto "A" una estúpida máscara?; un tapujo del miedo y el pesar y no es la más grande de éstas el amor. Se ama, si es acaso posible, no por entrega, estupidez o cariño, sino por miedo a la soledad. Soledad y no amor es la que acontece.
De-scartes: Pero es ese amor, precisamente, la última lógica de la sin razón del hombre: pero no es el amor referido a lo otro, sino a lo propio.
Y ¿Qué hacemos con nuestra soledad?, justo en ese punto donde yo ya no soy yo sino una entidad ajena, incognoscible, pero que, por alguna extraña razón, siente en mí y yo en ella; es el punto de fusión, de desprendimiento: mi conciencia se va y deja a mi cuerpo solo, desnudo, victimado por sus propios instintos. Pero justo allí llega el amor: mi conciencia, mi alma, mi razón, sin motivo alguno, regresa a hacerme compañía, a verme a los ojos y decirme ¡Vamos, levántate!
Y entonces despierto y vuelvo la cabeza al espejo de la realidad y veo que todo está solo, aislado: pero yo ya soy libre; yo soy con mi conciencia, y, con ella, soy indestructible, inmortal: ya no necesito de Dios: "ya no soy hombre, soy dinamita".
Alucard: Abrir los ojos para derramar indiferencia y sangre antes que esas burdas lágrimas. Aquellos es un gran logro, hallar la soledad entre la estúpida multitud, ver la realidad como un triste espejo; ahí donde el resto no ve nada, ni conoce, ni llama, en ese lugar nos encontramos; solos, pero libres, desentendidos del mundo y sus problemas. El discurso trillado, antiguo, bizantino y bizarro, el mismo de siempre. Ingenuos todos los que dan la espalda a su impía circunstancia, agraciados o imprudentes los que no la niegan, la admiran y después caminan alejándose de ella, porque al final no pudo robarles nada ni cambiar en absoluto la conciencia del yo libre.
De-scartes: Y es ese "yo libre" del que hablas el que debe ser nuestra máxima, nuestro principio; punto de partida para la auténtica muerte que nos ha de llevar a la anhelada resurrección de la razón. Ya somos otros, somos los hoy desterrados y mañana venerados, hijos de nuestra propia mente: criaturas suprahumanas con un sólo propósito: el del Ave Fénix: destruir y regenerar; reducirlo todo a cenizas y crear de ellas la nueva raza: El Hombre Único.
Alucard: Agraciado será el que hoy desterrado y repudiado se carcome entre desvelos, entre la nausea y la angustia; porque el plumaje de fuego de su peculiar cordura, habrá de convertir en polvo lo que a vuestro gusto nos ignora y repudiamos. Hombres nuevos, aquellos que antes juzgados dieron la mano para sí, virando al decencia inocua a la congregación inerte y sin razón de la absurda mayoría. ¿Al final, habremos de dirigir o de juzgar?
De-scartes: Las dos cosas: juzgaremos por venganza y seremos los jerarcas de la Nueva Raza en la medida de nuestra propia voluntad caprichosa: destruyendo lo prescindible y levantando la Razón. Voluntad de poder es voluntad de hacer.
Alucard: ¿Y que más da si han de juzgarnos? Nunca ha importado al mundo lo que somos, siempre nos ha ignorado a la hora de decir misa.
De-scartes: Más aún: ¿A quién le hace caso Dios cuando llueve?; no sería, más bien, una fijación nuestra, un anhelo absoluto del sin sentido de nuestras vidas.
Y es esta época de mierda, pretendidamente humana, la que nos conduce, como a una manada de cerdos, a la perdición y condena; a soportar ese yugo autoimpuesto que se ha transformado en paradigma de nuestra cultura. El ser en "A" excluye la posibilidad de existir, formar, vivir, pensar en "B".
Todo cabe en cómodos modelos, en pequeñas cajas ajustables que se apilan y se esconden en un rincón; se dejan para después; aparatadas para que el polvo y el moho sean los últimos jueces.
Alucard: ¿Dios?, siquiera es prudente hablar de Él, de esa nada impotente; insulsa pretensión, soberbia e insatisfactoria respuesta de las masas a sus intrascendentes problemas, esperanza vaga. ¿Pero, no es acaso el ser un supuesto "A" una estúpida máscara?; un tapujo del miedo y el pesar y no es la más grande de éstas el amor. Se ama, si es acaso posible, no por entrega, estupidez o cariño, sino por miedo a la soledad. Soledad y no amor es la que acontece.
De-scartes: Pero es ese amor, precisamente, la última lógica de la sin razón del hombre: pero no es el amor referido a lo otro, sino a lo propio.
Y ¿Qué hacemos con nuestra soledad?, justo en ese punto donde yo ya no soy yo sino una entidad ajena, incognoscible, pero que, por alguna extraña razón, siente en mí y yo en ella; es el punto de fusión, de desprendimiento: mi conciencia se va y deja a mi cuerpo solo, desnudo, victimado por sus propios instintos. Pero justo allí llega el amor: mi conciencia, mi alma, mi razón, sin motivo alguno, regresa a hacerme compañía, a verme a los ojos y decirme ¡Vamos, levántate!
Y entonces despierto y vuelvo la cabeza al espejo de la realidad y veo que todo está solo, aislado: pero yo ya soy libre; yo soy con mi conciencia, y, con ella, soy indestructible, inmortal: ya no necesito de Dios: "ya no soy hombre, soy dinamita".
Alucard: Abrir los ojos para derramar indiferencia y sangre antes que esas burdas lágrimas. Aquellos es un gran logro, hallar la soledad entre la estúpida multitud, ver la realidad como un triste espejo; ahí donde el resto no ve nada, ni conoce, ni llama, en ese lugar nos encontramos; solos, pero libres, desentendidos del mundo y sus problemas. El discurso trillado, antiguo, bizantino y bizarro, el mismo de siempre. Ingenuos todos los que dan la espalda a su impía circunstancia, agraciados o imprudentes los que no la niegan, la admiran y después caminan alejándose de ella, porque al final no pudo robarles nada ni cambiar en absoluto la conciencia del yo libre.
De-scartes: Y es ese "yo libre" del que hablas el que debe ser nuestra máxima, nuestro principio; punto de partida para la auténtica muerte que nos ha de llevar a la anhelada resurrección de la razón. Ya somos otros, somos los hoy desterrados y mañana venerados, hijos de nuestra propia mente: criaturas suprahumanas con un sólo propósito: el del Ave Fénix: destruir y regenerar; reducirlo todo a cenizas y crear de ellas la nueva raza: El Hombre Único.
Alucard: Agraciado será el que hoy desterrado y repudiado se carcome entre desvelos, entre la nausea y la angustia; porque el plumaje de fuego de su peculiar cordura, habrá de convertir en polvo lo que a vuestro gusto nos ignora y repudiamos. Hombres nuevos, aquellos que antes juzgados dieron la mano para sí, virando al decencia inocua a la congregación inerte y sin razón de la absurda mayoría. ¿Al final, habremos de dirigir o de juzgar?
De-scartes: Las dos cosas: juzgaremos por venganza y seremos los jerarcas de la Nueva Raza en la medida de nuestra propia voluntad caprichosa: destruyendo lo prescindible y levantando la Razón. Voluntad de poder es voluntad de hacer.
9 Comments:
En esta ocasión el texto que aquí se suscribe, es participación tanto de su humilde servidor, pero presenta la colaboración directa de De-scartes, colega y amigo. Es prudente decir que periódicamente habremos de publicar estos diálogos (de autoría compartida entre los dos mencionados anteriormente)en los respectivos espacios de sus autores, por lo que extiendo la invitación a todos mis amables y queridos lectores - y por supuesto amigos - para que visiten El Método, cuyo vínculo está colocado tanto en el diálogo como en mi lista de rincones. Agradezco primeramente a los lectores, y en segundo lugar a De-scartes por su participación y colaboración en este pequeño ejercicio literario.
Gracias a todos, esperamos les agrade.
Seremos juzgados. Aunque no importemos nada. Es la forma de pasar página a la historia: juzgar.
pues leo y leo y sigo leyendo y cada vez que lo hago saco una teoria diferente de loq ue me deja la lectura....
en fin....
besos querido caballero
Con permiso, me llevo tu post para leerlo más tarde (las obligaciones, me hacen posponer los buenos momentos)
Un abrazo
par de sofistas! Utilizan la retórica más allá de las capacidades humanas; y sin embargo, la conclusión (aunque efímera) deja más que una serie de argumentos churriguerescos: "Voluntad de poder, es voluntad de hacer".
Pareciera incitar al lector a levantarse y tomar las riendas de su vida nuevamente.
Muy muy buen post! Al menos estar en la misma carrera les está dejando algo!!!
Filosofeando me quedo despues de tu post...
Un besito y una estrella.
Mar
saluditos ke tengas bonito dia...tu siempre escribiendo y haciendo filosofar a las personas bien hecho!!!
Me gusta mucho tu blog, pero esta letrita tuya, y mis problemas de la vista, buuu
Suscribo a Literófilo, ante todo: aumenta la fuente, por favor.
Bueno ver a Descartes de vuelta por la blogósfera.
Ver Annie Hall: la conversación sobre la filosofía como "mental masturbation".
Y, algo serio: Sólo el amor es digno de fe. Balthasar. Si fueron alumnos de Alonso, saben de quién hablo.
Y sobre una tercera vía, entre la náusea y la voluntad de poder, es la esperanza: Charles Peguy: El pórtico del Misterio de la segunda virtud.
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