Oleo de una vida
Dentro de los días siguientes he concebido la peculiaridad de la vida cotidiana y sucesiva, es tan simple y anímica como la de cualquiera que fuma y bebe, mientras contempla como la suerte le destroza y la fortuna le paga mal y con moneda de quiebra, en tanto, pedazo a pedazo la desgracia de sí y la miserable condición de su ser se derrumban frente a lo estático, a lo inmutable, a lo igual, al letargo. Es tan fatigante el tener que mover siquiera un dedo de la mano para alcanzar aquella pequeña caja negra de botones que controla las imágenes que una tras otra se apoderan de la reflexión, análoga sin duda al deficiente y corrompido esfuerzo que se emplea para dejar de envilecer el panorama de un ocaso que jamás ha visto el mínimo despunte de luz.
A la vez, la agonía que exhala por el humo gris, se consume en el tiempo y perdura su fragancia en el ser, así, los párpados caen por la pesadumbre, vuelcan en otro paradigma aún menos comprensible que la vida, pues este es más imperfecto, inconcluso y laberíntico, o tal vez absurdo y aburrido; al final medio lleno siempre luce el vaso y nunca se termina de comprender el acomplejamiento y la indiferencia que se produce ante la medianía de derrumbarse ante el reloj y su marcha, cuando la vida se escurre en un sillón frente a la luz de la estupidez.
A la vez, la agonía que exhala por el humo gris, se consume en el tiempo y perdura su fragancia en el ser, así, los párpados caen por la pesadumbre, vuelcan en otro paradigma aún menos comprensible que la vida, pues este es más imperfecto, inconcluso y laberíntico, o tal vez absurdo y aburrido; al final medio lleno siempre luce el vaso y nunca se termina de comprender el acomplejamiento y la indiferencia que se produce ante la medianía de derrumbarse ante el reloj y su marcha, cuando la vida se escurre en un sillón frente a la luz de la estupidez.