July 04, 2007

Encuentro con la Muerte

Una noche de invierno como cualquier otra, no tiene nada de especial, tan sólo otra noche. Mis manos aquejadas por el cansancio caen sobre el respaldo del sofá, poco a poco mis piernas se vencen también y termino arrodillado mirando la duela del suelo. Trato de levantarme, no puedo. Mi cuerpo ha decidido después de tantos años seguir su propia voluntad y no moverse de aquél sitio. Después de varios intentos, sigo en el mismo lugar, lo único que he conseguido es recargar mi espalda sobre la piel del sofá. Mis párpados comienzan a cerrarse. Miro la habitación, todo está como de costumbre en su lugar. Mis viejos libros aún reposan en la apolillada madera del librero, sobre el perchero, la gabardina negra que me regalo Claudia aún luce la mancha de café de aquél enero. Junto a la lámpara de mi escritorio están las cartas de Julieta, aún no las he abierto, quisiera leerlas, pero mis ojos están más que cerrados. En mi efímero desvarío la puerta se abre, una silueta negra ha entrado, a pesar de su opaca vestimenta, una luz cálida y apacible emana de ella, con pasos lentos al principio se va acercando, mientras avanza su andar se vuelve más rápido. Mis ojos han cedido, y se han cerrado por completo. Aún escucho sus palabras, no sé que dice, pero sé que la escucho.
El tiempo ha pasado, pero aún perdura la noche invernal, sólo otra noche de invierno. Aquél susurro me llama, primero débil y lejano. Mientras mis ojos tratan de abrirse la calidez de aquella voz se vuelve más cercana, sus palabras se aclaran en mi viaje a esa intensa luz blanca, el camino se acorta, mis ojos son cegados por aquél fulgor. Uno, dos pasos, cada vez estoy más cerca, el resplandor se vuelve más intenso, por fin he llegado, he logrado abrir mis ojos. Recostado en una incómoda cama de hospital, la luz blanca sigue iluminando mi rostro. Ese resplandor, no era sino una vieja lámpara de hospital, nada especial, sólo una lámpara. Aquella silueta negra que entro en mi estudio aquella noche, responde al nombre de Julieta, mi hija. Es por ella que ahora estoy recostado en esta incómoda cama, admirando otra noche de invierno, sólo eso, otra noche de invierno.

8 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Me parecio a lo que platicabamos en Mimiahuapan

10:33 PM  
Blogger Miguel Ángel Ángeles said...

las luces de los hospitales pueden terminar de matar a cualquiera...



saludos y:

Existe Mimiahuapan???

8:09 PM  
Blogger Alucard said...

Sí, suena extraño, pero es una hacienda pérdida en el medio de la nada, literalmente.

8:41 PM  
Blogger Akasha Déclenché! said...

Incluso quien se rinde a la pulsión oscura puede llegar a aspirar el perfume agridulce de la muerte...

Me agrada el toque de melancolía que despide tu blog.

Dejo Huellas de Besos con Colmillos... V V

1:38 PM  
Blogger JuanMa said...

Gracias por su visita. Nos leemos.

2:07 PM  
Anonymous Anonymous said...

ja, la muete tiene nombre de mujer... al igual que otros muchos placeres de la vida... o de la muerte.

6:26 PM  
Blogger *•़॰.壀.॰़•* said...

hola rodrigo... tu poema me cayó como... balde agua fría, no sé... mi abuelo precisamente está en el hospital y pues... no sé.. a veces sí siento como que sería más fácil que el viviera bien... pero pues también se tiene que esperar a la voluntad de Dios no? ay neta ya no sé... es bien difícil.. pero pues.. ojalá el resultado no sea un pesar como para el personaje de tu poema...

12:13 AM  
Blogger Alucard said...

Esperemos que no. Pero como me dijo mi abuelo cuando supo que era la hora de partir, "no hay nada peor que sufrir por algo que es inevitable, la muerte es sólo una forma de descansar, cerrar los ojos y no abrirlos más". Eso dijo mi abuelo a los que estábamos con él, es por eso que escribí este texto, donde el personaje gracias a su hija se salva.

12:04 PM  

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