May 24, 2010

Hijo de la Modernidad

Creer, dicen algunos, es un acto de fe. Para otros es simplemente un estamento escatológico, y para otros tantos, solamente una palabra que no tiene ninguna referencia en la praxis. Y a que se debe toda esta labia, tal vez y en buena medida, a que somos hijos de un sistema irracional y pragmático desde su concepción y hasta cristalizarse en la replica y en la crítica social sin teleología alguna, o por lo menos así la han concebido sus propios hijos. La evolución ha pretendido ser la explicación universal de una sociedad decadente, de una cultura ensimismada, de una decepción generalizada, de la ruptura de conceptos y creencias, de la creación de tabues, en general de la creación de una cosmogonía, que trasciende la creación, el mundo, al Creador, para centrarse en algo más, no sé si más importante, tal vez más antagónico, devaluado, e incluso olvidado; la concepción que de sí tiene el hombre. Y algunas réplicas se levantarán incluso desde los nueve círculos que Dante ha descrito, pues de eso ya se ha encargado el Renacimiento, de develar que el centro del mundo no es Dios o Helios, sino el hombre. Mas hoy puedo confesar como desertor del racionalismo e hijo dilecto de su contraparte que el hombre ya había sido el centro de todo, de su propio odio, de su propia ingratitud, y ha terminado por convertirse en la presa de un lobo que lo acechará hasta verle en sus fauces jadeando por una última oportunidad de reivindicarse.