April 28, 2008

Oleo de una vida

Dentro de los días siguientes he concebido la peculiaridad de la vida cotidiana y sucesiva, es tan simple y anímica como la de cualquiera que fuma y bebe, mientras contempla como la suerte le destroza y la fortuna le paga mal y con moneda de quiebra, en tanto, pedazo a pedazo la desgracia de sí y la miserable condición de su ser se derrumban frente a lo estático, a lo inmutable, a lo igual, al letargo. Es tan fatigante el tener que mover siquiera un dedo de la mano para alcanzar aquella pequeña caja negra de botones que controla las imágenes que una tras otra se apoderan de la reflexión, análoga sin duda al deficiente y corrompido esfuerzo que se emplea para dejar de envilecer el panorama de un ocaso que jamás ha visto el mínimo despunte de luz.
A la vez, la agonía que exhala por el humo gris, se consume en el tiempo y perdura su fragancia en el ser, así, los párpados caen por la pesadumbre, vuelcan en otro paradigma aún menos comprensible que la vida, pues este es más imperfecto, inconcluso y laberíntico, o tal vez absurdo y aburrido; al final medio lleno siempre luce el vaso y nunca se termina de comprender el acomplejamiento y la indiferencia que se produce ante la medianía de derrumbarse ante el reloj y su marcha, cuando la vida se escurre en un sillón frente a la luz de la estupidez.

April 04, 2008

Discontinuidad

El camino a la estupidez está pavimentado con buenas intenciones; es a rajatabla algo tan cierto que los desencantos siempre llegan de aquellos en que más se confía, por parte de una ignorancia blasfema, la negación sólo esconde del angular la situación, mas no la desaparece, discutir está de más. Para uno todo sigue igual que siempre, mientras que el candil ya sólo despunta una tenue luz de aquella fe o esperanza que se albergaba en el ronco pecho, que ahora entre ciertas divagaciones e infamias proferidas se ha convertido en desasosiego, es un tabardillo molesto e irritante liberado al humo del cigarro que calcina los dedos que le sostienen, así como esa ferviente impotencia, disconformidad y aversión que brota por lo que alguna vez se quería defender. Es aberrante pretender cambiar la esencia desde afuera, cuando resulta para ella absurda siquiera pensar en una ínfima mutación, lo opaco aunque se aprecie detrás de la mejor iluminación, perdurará grisáceo. Hay que estar enamorado para tornarse en un nudo de desliz y animadversión, claro que no es esto menester, sino de la caída de bruces frente a la realidad de la ira que ciega y embelese ante algo que puede ser tan insignificante como la amistad. La condescendencia culmina cuando la moral del primero termina por ser una condición sin valor para el segundo.